domingo, 29 de mayo de 2011

"Siempre os necesitaré"

Tenemos otra noche en la que a Marah le cuesta dormir. Me mira con ojos suplicantes, "quédate hasta que me duerma", le oigo decir. No tengo más remedio: me quedo, por dos razones. La primera, sé lo mal que se pasa cuando eres una niña y te da miedo la oscuridad; la segunda, en el fondo me encanta pasar con ella ese rato, es un momento idóneo para las confidencias.


Esta noche Marah tiene miedo de la muerte. Me confiesa que teme el momento en que su padre y yo nos vayamos al Cielo. Noto la angustia en su mirada, la voz le tiembla. La abrazo todo lo fuerte que soy capaz. Ella me abraza; la vida, pienso, es injusta. Para consolarla, intento que vea la parte positiva.


-Marah, eso no te tiene que preocupar ahora, estamos todos juntos.
-No estamos todos, mamá, se te olvida la yaya Tere.
-Sí, la yaya, tienes razón, me refería a papá, tú y yo.


Me sigue sorprendiendo que la recuerde. Y lo hace muy a menudo. Me gusta que lo haga cuando vamos paseando por la calle, y la Luna empieza a aparecer por el Cielo; entonces Marah agita su pequeña mano y la saluda mirando hacia arriba mientras grita: "Hola yaya Tere". Se acuerda también de ella cuando en el supermercado me pide que le compre arroz con leche, "como el que me daba la yaya Tere", o me pide que le haga "guisadito de pollo, como el de la yaya Tere". Esos recuerdos me hacen sonreír. 


Me sigue costando explicarle por qué se fue al Cielo. Aunque ya no pregunta tanto por qué no puede bajar, sí me dice muchas veces que le encantaría verla otra vez, y jugar con ella.




El hecho de que se haya ido al Cielo, ha despertado en Marah el miedo, miedo a que nos pase algo a su padre y a mí.


Continúa agarrada a mi cuello, sigo intentando hacer algo para que se sienta mejor. Ella me pregunta:


-¿Quién se irá antes, papá o tú?
-Eso no importa, lo que importa es que cuando nos vayamos, tú serás muy mayor, tan mayor que vivirás en tu casa, tendrás hijos y un marido, y nosotros ya no te haremos falta.
-Mamá, yo siempre os necesitaré.


Me doy cuenta de lo que dice, de la estupidez que yo le acabo de decir, "ya no te haremos falta", agita mi conciencia la verdad que me ha lanzado, tan simple, tan real, que contrasta tanto con lo absurdo de mi comentario; cómo me gustaría que Marah fuese una niña, sólo una niña, que no fuese capaz de aplicar esa lógica y sin embargo, que fuese capaz de quedarse tranquila, de no plantearse nada más allá de la niñez, sin esa capacidad de análisis. Que se durmiese y sólo cerrando los ojos se olvidara de todos los miedos, incluido el miedo a la oscuridad, que, a estas alturas de la conversación, es el que menos me preocupa.


Pero Marah no es así; ella es de otra manera. Es especial. Es Marah. Por muy mayor que se haga, por muy madura que ya sea, siempre nos necesitará.-