lunes, 8 de julio de 2013

Laura.-

Querida Laura:

Hace tiempo que casi no podemos vernos físicamente, porque con los ojos del corazón te veo cada día. Cada día pienso en ti, no ahora porque me preocupe tu salud, sino siempre, cada día de mi vida, como veo a todas las personas a las que quiero en mi vida.

Llegan mensajes a diferentes horas, para comentarme cómo vas; proceden de ti o de mi hermana, otra persona a la que veo a diario con mis ojos del corazón.

¿Sabes? Tú también tienes ojos de corazón, y sé que me ves a diario, por eso estoy segura de que todo se solucionará. Confío en ti. Siempre lo hice. 

En el mundo, para mí, hay dos tipos de personas: las que tienen sentido del humor, en cualquiera de sus variedades, y las que no. Y digo en cualquiera de sus variedades porque hay humor negro, humor inocente, humor verde, humor futbolero... Pero lo importante, creo yo, es poder reírse de las cosas que nos pasan en la vida, buenas o malas. Sobra que te lo diga, pero tú para mí eres una de esas personas que valoran el humor. Siempre me haces reír, a veces sólo con una mirada, a veces sin pretenderlo a veces porque sí.

Humor que nos ha servido para pasar tardes enteras en el parque, para ir juntas a buscar trabajo, encontrarnos a Gerard en el Corte Inglés y yo, muerta de la vergüenza, no atreverme a pedirle un autógrafo y adelantarte tú, y decirle: "Perdona, ¿me firmas un autógrafo para mi amiga? Yo es que soy del Madrid." ¿Ves? Ya me estoy riendo. Eres incorregible.

Ese mismo humor con el que cada año en mi cumpleaños, después de darme los regalos, me decías que al día siguiente había que devolverlos. El mismo que me ayudó el día de mi boda, testigo. El mismo que me infundó valor cuando Marah llegó a mi vida y, una noche, las tres en casa, no sabíamos qué hacer porque no paraba de llorar. El mismo humor que me ayudó cuando murió mi madre: siempre a mi lado. El mismo humor que me reconfortó durante el exilio de mi hermana en Newcastle, la tercera pata de este banco. El mismo humor que te ayudó a ti misma a superar la muerte de tu hermano.

Mi vida no sería la misma si no te hubiera conocido. Cada vez que pienso en ti, sonrío. No quiero empezar con este rollo de que eres especial, que lo eres, o que eres genial, que también. Sólo pretendo enviarte mi carino, a través de lo que pretende ser una carta de ánimo. Mi cariño, y un trozo de mi corazón.

Ya sabes, te veo cada día, Procura portarte bien. Ya le digo yo a Casillas que no se preocupe, que en cuanto te dejen recibir visitas se venga para acá. Abel y Marah te mandan besos.


Espero verte pronto, para poder abrazarte fuerte, muy fuerte, muy muy fuerte, con los brazos, los del cuerpo y los del corazón.

Tu amiga, que te quiere: Yol

P:D: El próximo café lo pagas tú.-

domingo, 9 de junio de 2013

De mayor quiero que seas feliz.-

Cuando tienes hijos, es común que te relaciones con gente que también los tiene, y escuchas muchas frases tipo: "Mi hijo ya argumenta cuando le damos una orden, tiene vocación de abogado" ó "míralo, qué bien remata de cabeza, de mayor futbolista" o también "tiene planta de bombero, como su padre", que puede que muchas veces sean sólo frases triviales, pero yo creo que en el fondo hay algo de verdad. Sea como fuere, parece que lo normal es plantearse qué va a ser el niño de mayor. 

Comento esto porque yo nunca me había preguntado qué va a ser Marah de mayor, o peor, qué me gustaría que fuera. Veo las cualidades que tiene, los defectos y lo apta que puede llegar a ser, pero creo que no es algo que yo tenga que plantearme.

Me di cuenta un día, una aburrida tarde típica de hijos únicos, cuando viene a la cocina mientras estaba fregando y tuvimos esta conversación:

-Mamá, ¿yo qué podría ser de mayor? 
-¿De mayor? De mayor me gustaría que fueras feliz.

Entonces me di cuenta de que no era la respuesta que estaba esperando, y la escuché de nuevo detrás de mí:

-Ya pero, ¿en qué podría trabajar?
-Pues-me giré, me sequé las manos, le acaricié la barbilla, me agaché hasta su altura y la miré a los ojos-cariño, tú podrás ser lo que quieras. Eres muy especial.

Vi que seguía sin sentir que le respondía, y dijo:

-Ya, pero me gustaría saber ya lo que voy a ser de mayor.

De esto hace mucho. Marah ha ido cambiando de profesión. Ha tenido épocas de pediatra, profesora, escritora, masajista, cocinera... Variaba en función de la peli que viera en el cine o de algún juego que se imaginaba.

Yo recapacité mi respuesta desde la distancia. Sigo pensando que, a pesar de que no fuera lo que ella quería escuchar, le dije lo que a mí me pareció la mejor respuesta, entre otras cosas, porque es la verdad.

Me da igual si mi hija se gana la vida de barrendera, camarera, economista, periodista o secretaria. Lo único que a mí me hará feliz es que ella lo sea.

Me preocupo por que sea una buena persona. Que sea leal, honesta, generosa, que tenga principios, que se deje aconsejar pero no influenciar, que tenga capacidad de discernimiento, que siempre sea fiel a sí misma, que no haga daño a nadie intencionadamente. Que se rodee de gente que la quiera, que sepa cuidarse y que sepa amar. Quiero eso para ella. 

Sé que ella no entendió mi respuesta, pero sé que algún día se lo podré explicar. Me siento en deuda con ella. Sé que hubiera sido más fácil decirle: "de mayor puedes ser profesora de guardería porque te gustan mucho los bebés", pero yo tengo mis principios e intento no influir en ella más de lo necesario. Quiero que aprenda a tomar sus propias decisiones y aunque, esto para ella no era más que un juego, es su forma de aprender ahora mismo.

Por eso, cada vez que cambia de profesión y me lo cuenta, le digo: Lo que tú quieras cariño, si eso te hace feliz, a mí también.-



lunes, 11 de marzo de 2013

Algo se muere en el alma...

No es necesario que alguien muera para perderlo. En la vida vamos dejando atrás a muchos, que no quisieron seguirnos, que se alejaron sin despedirse, que se marcharon con excusas, o que nosotros dejamos marchar. Familia y amigos. Familia o amigos. Esas desapariciones duelen, nos hacen preguntarnos por qué, pasamos un pequeño duelo y seguimos con nuestra vida. Exactamente igual que cuando alguien muere.

Marah aprendió la lección de la muerte, de que la vida llega a su fin, cuando murió mi madre. La vida le dio un golpe duro, muy duro para una pequeña de dos años que había pasado mucho tiempo al cuidado de su abuela materna. De repente esa mujer desapareció de su vida. Y le dolió mucho. Durante mucho tiempo. Lloraba, preguntaba por ella. Y yo lloraba con ella. Se preguntaba por qué su abuela se fue al Cielo, si ella sólo quería jugar con ella, porqué ya no estaba con ella, por qué no bajaba a darle un beso. Y yo me lo preguntaba con ella. Pasó un duelo, noches con pesadillas, preguntando por ella a cada momento del día. Durante su duelo Marah me veía llorar, me abrazaba, me consolaba, y yo la abrazaba y la consolaba. Pasé el duelo con ella. Pero tuvo que seguir con su vida. Ir a la guardería, besar a la Luna cuando íbamos por la calle porque su abuela estaba con ella, echarla de menos pero aprender a vivir con su ausencia. Y yo seguí mi vida con ella, y aprendía a vivir con su ausencia.

Los amigos a la edad de Marah son amigos de verdad. Se dicen las verdades a la cara, muestran descontento cuando le quita el juguete, se enfadan y lo hacen saber, no se guardan nada que pueda producirles rencores. Se gritan, se empujan, y a los cinco minutos vuelven a ser amigos, porque no ha pasado nada grave. Eso,  si no interviene un adulto. Porque los adultos no somos como ellos. Forzamos la sonrisa aunque por dentro estemos deseando dar un empujón al otro, decirmos algo amable, intentamos mediar....

Los amigos a mi edad están siempre. Son pocos, pero se perciben. Nos decimos las verdades a la cara pero con diplomacia, y no nos empujamos, nos apoyamos los unos en los otros para ayudarnos a caminar por la vida.

Perdemos amigos a veces, aunque quizá nunca llegaron a serlo realmente. Pero siempre podermos seguir de la mano de los que, a pesar de todo, quieren continuar en nuestra vida.

Cuando murió mi madre me di cuenta de quiénes eran mis amigos. Tal vez hubiera preferido seguir suponiendo a algunos y no prestar atención a otros, pero no pude eligir.

La vida me lo mostró, al igual que me  mostró la grandeza de Marah pese a tener tan sólo dos años. Ella me sujetaba la mano, el alma, en los peores momentos.

Recuerdo, como si fuera ayer, su primer día de colegio. Ya había ido a la guardería, pero empezaba en el cole de mayores. Me pedí el día libre para poder llevarla yo. Íbamos paseando de la mano, con su saquet con el almuerzo colgado en la espalda. Le había preparado un conjuntode ropa que le había regalado mi madre por su cumpleaños; cuando se lo compró le estaba un poco grande y gracias a eso, aún le servía (aún lo conservo). Eran unas bermudas blancas y un suéter de media manga con rayas horizontales blancas y rosas. Se lo puse para que le diera suerte, como una especie de protección, o para que de algún modo mi madre no se perdiera su primer día de cole.
Mientras paseábamos, pensé en voz alta sin poder evitarto, y Marah me escuchó decir que ojalá la yaya pudiera ver lo mayor que era, y ella miró al Cielo, la Luna aún se podía ver. Instintivamente, yo también miré, y le dije: mira, la yaya está al lado de la luna. Seguro que te está viendo ir al cole. Y ella sonrió, como sólo sonríen los niños, con inocencia, y me dijo: sí, es verdad, la yaya está al lado de la Luna. Y con su pequeña manita de niña de tres años, miraba hacia el cielo mientras la agitaba y decía: hola yaya!!

Y así surgió, y cada vez que vamos por la calle y la Luna asoma, Marah la sigue salundado con la mano, cada día un poco más grande, y llamando a su yaya.

Las lágrimas siempre acuden a mis ojos cuando hablo de ti. Pero no me siento triste, o frustada. Ya no me siento culpable. Ya no me invade la tristeza de forma indefinida, ahora me da tregua. Ahora te siento dentro de mi corazón. Ya no lloro todos los días. Ya no cuido tu planta, que murió también. Ya no escribo aquella libreta que comencé a escribir cuando te fuiste.  Ahora "sólo" te echo de menos. Mamá.-